Salgo a las calles y encuentro
por todos lados miradas extraviadas, que
sabiendo que no van a ningún lado, aun así, intentan poner la mejor máscara que
defina perfectamente su condición de ciudadanos, condición que, por demás está
decir, tiene que estar en concordancia
con los preceptos casi religiosos de la urbanidad, urbanidad que, por demás está
decir, está en concordancia con un
sentido de individualidad llevado como
marca que lo define como ciudadano.
¿Y qué es el ciudadano? ¿Un ente que día tras día repite un ritual vaciado
de verdaderos fundamentos de la existencia humana?…qué es el ciudadano, sino un simple consumidor del producto de la
reproducción del sistema en el que él, sin saber que está anulado, piensa que
es la parte más importante, asume vanidosamente el papel principal de esta
trama urdida desde la invisibilidad de un poder que ha dado forma y sentido a su existencia, o más
bien dicho a deformado con sentido interés
su existencia.
Y ahí van por la calles con una sonrisa colocada desde los centros de la
tecnología, ahí va el ciudadano del siglo XXI con la soberbia que le concede
manipular unas teclas que hacen que se sienta único, en su individualidad el
mejor, en sus logros incomparable, en sus decisiones implacable, en su ego cómodo. Ahí va el
ciudadano atropellando desde sus grandes automóviles que parecen ya prototipos del fututo, ahí va
el ciudadano en competencia eterna en una sociedad que le exige cada día más,
no más conocimiento para mejorar como seres humanos, simplemente más
conocimiento y técnica para sobrevivir en la lucha por ser parte de una
burocracia ciudadana, ahora único espacio visto como lugar donde sucede el milagro del bienestar.
Es el ciudadano de la idiocracia, que al arte lo transformó en mercancía,
y a los artistas en competidores, a los músicos en sonidos egoístas, a los
cineastas en ególatras ensimismados, al baile en grotescos movimientos, es el
ciudadano de la idiocracia que se define ecológico y se caga sobre sobre su
hermano, es el mismo que proclama a los cuatro vientos la necesidad de no
olvidar el pasado, pero que no recuerda su origen, el mismo ciudadano que ha
olvidado como es la política, esa pasión de las ideas y las acciones de
servicio desde el pensamiento libre, y ha hecho de ella, de la política, una
fiesta perturbadora, como aquellas en las que lo importante son las
satisfacciones de la carne y no del espíritu.
Han hecho de la política otra actividad lúdica de esparcimiento de fin de semana entre amigos, amigas, que se juntan a un color pensando que de ganar su color podrán seguir siendo parte de la idiocracia, podrán seguir haciendo que sobrevivan sus artilugios modernos, como poder chatear desde la mesa de un lujoso hotel diciendo que es un revolucionario, que su nombre será recordado por ser parte de la “revolución ciudadana” la misma que en uno de sus canales de TV a puesto a mover el culo a hombres y mujeres en un concurso para ver quien lo mueve más rápido, y las cámaras hacen el zoom que deja repleta la pantalla del trasero de un desconocido que pasa a ser el nuevo héroe de los marginales, mientras el ciudadano reproduce la idiotez en la política repitiendo la fórmula que nunca ha cambiado, la de engañar, la de mentir, la de ofrecer mantener esta sociedad de la idiocracia, donde la idiotez pasa a ser el mayor mérito.
Han hecho de la política otra actividad lúdica de esparcimiento de fin de semana entre amigos, amigas, que se juntan a un color pensando que de ganar su color podrán seguir siendo parte de la idiocracia, podrán seguir haciendo que sobrevivan sus artilugios modernos, como poder chatear desde la mesa de un lujoso hotel diciendo que es un revolucionario, que su nombre será recordado por ser parte de la “revolución ciudadana” la misma que en uno de sus canales de TV a puesto a mover el culo a hombres y mujeres en un concurso para ver quien lo mueve más rápido, y las cámaras hacen el zoom que deja repleta la pantalla del trasero de un desconocido que pasa a ser el nuevo héroe de los marginales, mientras el ciudadano reproduce la idiotez en la política repitiendo la fórmula que nunca ha cambiado, la de engañar, la de mentir, la de ofrecer mantener esta sociedad de la idiocracia, donde la idiotez pasa a ser el mayor mérito.
Después de mi paseo socrático por las calles la decisión de votar contra
idiocracia es firme, yo anularé mi voto como rechazo a la idiocracia.
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