viernes, 9 de abril de 2010

El pueblo y el circo de la tristeza...


En la más grande de la famosas novelas del realismo mágico, escrita por Gabriel García Márquez, se retrata magistralmente la estampa de la llegada a Macondo de los artilugios y novedades, que una tarde de domingo hacían las delicias de los pobladores de ese pueblo situado en el rincón más lejano del mundo, quizá en el rincón más apartado de la modernidad, y en uno de los lugares más cautivantes de la literatura universal.
Con la presencia de los pobladores de Macondo, la plaza del pueblo se llenaba de una especie de encanto, pues todos, por momentos, según el relato, olvidan sus miserias humanas, cuando eran testigos de las más deslumbrantes muestras de lo desconocido, que permitía, a lo mejor, a la gente sembrar la esperanza de que más allá de las fronteras conocidas, existía toda una realidad que contrastaba con lo conocido, y abría una ventana para pensar en la posibilidad de que la realidad, tal cual la vivían, no sea más que un insignificante espacio en medio de la grandeza de mundos que prometen mejores sensaciones, incluso puede ser que hasta la felicidad.
Tal ves el maestro de la literatura pensaba, al escribir estos pasajes, en lo que sentimos los humanos cuando levantamos la vista hacia el cielo nocturno lleno de estrellas y nos embarga la idea que nos hace sentir la esperanza que brinda lo desconocido.
Lástima que tenga que valerme de esta analogía tan especial para relacionar lo que sucede con la política en nuestra realidad inmediata. Y es que, siendo tan importante ese componente de fantasía para el desarrollo del ser humano, es igualmente una de la herramientas más nefastas que utiliza el poder para mantener su sucios intereses sobre las mayorías.
Al más puro estilo de los imperios antiguos, a quienes les bastaba entregar un poco de diversión a los ciudadanos, para mantener su popularidad y para esconder su naturaleza destructiva, los nuevos "escogidos democráticamente" para actuar en los espacios de poder, levantan su feria (esta no es solo dominical) en la que ofertan la más variada de las fantasías, venden sus mejores inventos, y muestran sus mejores vestiduras y poses.
Para lograr sus intereses de vendedores feriantes, levantan su carpa, bajo la cual colocan su escenografía, sus trapecios, cajas mágicas, y demás artilugios que utilizan para divertir a su público; pero a diferencia de un circo verdadero, este no saca sonrisas de este, más bien arranca poco a poco su alegría...podríamos decir que es un circo donde los únicos que se divierten son sus dueños.
Ahí están los payasos de la política enfrascados en sus funciones, sacando de la manga nuevas formas de alejar al público de la realidad, ahí están bajo la carpa de la Asamblea nacional, desarrollando el "acto" de juicio político al Fiscal de la Nación, mientras fuera del circo la justicia no da visos de presencia para quienes a diario tienen que lidiar con la injusticia del sistema del que se alimentan los feriantes de la realidad, los dueños del circo de la tristeza.


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