jueves, 30 de enero de 2014

IDIOCRACIA: EL PAIS DE LOS CIUDADANOS.



Enero de 2014, tiempo extraordinario, tiempo de irreflexión, tiempo de campaña electoral.
 Salgo a las calles y encuentro por todos lados  miradas extraviadas, que sabiendo que no van a ningún lado, aun así, intentan poner la mejor máscara que defina perfectamente su condición de ciudadanos, condición que, por demás está decir, tiene que estar  en concordancia con los preceptos casi religiosos de la  urbanidad, urbanidad que, por demás está decir,  está en concordancia con un sentido de individualidad  llevado como marca que lo define como ciudadano.
¿Y qué es el ciudadano? ¿Un ente que día tras día repite un ritual vaciado de verdaderos fundamentos de la existencia humana?…qué es el ciudadano,  sino un simple consumidor del producto de la reproducción del sistema en el que él, sin saber que está anulado, piensa que es la parte más importante, asume vanidosamente el papel principal de esta trama  urdida  desde la invisibilidad de un poder que  ha dado forma y sentido a su existencia, o más bien dicho a deformado  con sentido interés  su existencia.
Y ahí van por la calles con una sonrisa colocada desde los centros de la tecnología, ahí va el ciudadano del siglo XXI con la soberbia que le concede manipular unas teclas que hacen que se sienta único, en su individualidad el mejor, en sus logros incomparable, en sus decisiones  implacable, en su ego cómodo. Ahí va el ciudadano atropellando desde sus grandes automóviles  que parecen ya prototipos del fututo, ahí va el ciudadano en competencia eterna en una sociedad que le exige cada día más, no más conocimiento para mejorar como seres humanos, simplemente más conocimiento y técnica para sobrevivir en la lucha por ser parte de una burocracia ciudadana, ahora único espacio visto como lugar donde  sucede el milagro del bienestar.
Es el ciudadano de la idiocracia, que al arte lo transformó en mercancía, y a los artistas en competidores, a los músicos en sonidos egoístas, a los cineastas en ególatras ensimismados, al baile en grotescos movimientos, es el ciudadano de la idiocracia que se define ecológico y se caga sobre sobre su hermano, es el mismo que proclama a los cuatro vientos la necesidad de no olvidar el pasado, pero que no recuerda su origen, el mismo ciudadano que ha olvidado como es la política, esa pasión de las ideas y las acciones de servicio desde el pensamiento libre, y ha hecho de ella, de la política, una fiesta perturbadora, como aquellas en las que lo importante son las satisfacciones de la carne y no del espíritu. 
Han hecho de la política otra actividad lúdica de esparcimiento de fin de semana entre amigos, amigas, que se juntan a un color pensando que de ganar su color podrán seguir siendo parte de la idiocracia, podrán seguir haciendo que sobrevivan sus artilugios modernos,  como poder chatear desde la mesa de un lujoso hotel diciendo que es un revolucionario, que su nombre será recordado por ser parte de la “revolución ciudadana” la misma que en uno de sus canales de TV a puesto a mover el culo a hombres y mujeres en un concurso para ver quien lo mueve más rápido, y las cámaras hacen el zoom que deja repleta la pantalla del trasero de un desconocido que pasa a ser el nuevo héroe de los marginales, mientras el ciudadano reproduce la idiotez en la política repitiendo la fórmula que nunca ha cambiado, la de engañar, la de mentir, la de ofrecer mantener esta sociedad de la idiocracia, donde la idiotez pasa a ser el mayor mérito.
Después de mi paseo socrático por las calles la decisión de votar contra idiocracia es firme, yo anularé mi voto como rechazo a la idiocracia.

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