Años de andar por la ruralidad, nos dan un conocimiento medio de nuestra gente, con la que nos identificamos históricamente desde raíces comunes.
En 1992, en la conmemoración de los 500 años de la colonización, los pueblos ancestrales del Ecuador acorralaron al Estado burgués y le arrancaron derechos negados históricamente por una sociedad marcada profundamente por el racismo, el clasismo y una economía de abuso y explotación.
De ahí en adelante la organización política de los pueblos creció en conciencia y presencia en el escenario político. Conocimos a algunos líderes de esas décadas (80 90) que dejaron huella en nuestra forma de ver la realidad social. Dirigentes con mística, dirigentes que trasmitían la posibilidad de las utopías; dirigentes que eran parte de las masas, que dormían con ellas, comían con ellas, viajaban con ellas, reflexionaban desde ellas y con ellas; luchaban hombro a hombro con ellas.
Era común en los congresos de las organizaciones ver dirigentes madrugando al trabajo comunitario, trasmitiendo verdadera esperanza; reflejando trabajo honesto y desinteresado.
En un salto en el tiempo, aclarando que ya no tenemos esa cercanía con la organización, y que nos limitamos a ver desde los medios el actuar de las dirigencia actuales de estructuras políticas como la CONAIE, Pachakutik, y otras...queda la sensación que de acorde con la degradación general de la política, con el dominio de un arribismo burgués, en pleno auge con la revolución digital, tecnológica, lo que debía cambiar era la evolución de la conciencia y las formas de resistencia cultural y política; pero lo que cambió fue la calidad de cuadros dirigentes que cada vez se volvieron más una copia de la práctica política de los enemigos de la justicia social y la real democracia en un país diverso culturalmente como el Ecuador.
Hoy por hoy la dirigencia de la CONAIE oferta un apoyo electoral a movimientos políticos enemigos históricos del desarrollo de los pueblos, ofertan los votos como si se tratase de cualquier mercadillo de ofertas.
Las bases campesinas e indígenas son la población más pobre de este país, otra vez usados electoralmente para que su destino sea una vez más, sin duda, el olvido, el abandono, la destrucción de sus economías solidarias.
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