
Recuerdo que alguna vez, en uno de esos programas de humor mexicano que se retransmiten en los canales de la TV nacional, salía un personaje preguntando a otro: ¿Sabes que Ecuador no existe?..- ¿Por qué?... preguntaba el otro personaje, a lo que contestaba el primero -"Por que es una línea imaginaria."
Podría parecer una simple e inofensiva broma de televisión, pero en el fondo corresponde a una imagen que recrea una realidad que muchos no la quieren aceptar, o muchos otros no la logran identificar. Y es que desde la fundación de nuestro país como república, el sentido de identidad y pertenencia ha sido un fenómeno social que hasta la época no terminado de constituirse; la historia recorrida ha sido el espacio en el que no ha terminado de cuajar la empresa de conjugar las diferencias étnicas, culturales, en la idea de complementación en un sólido sentido de país, sin acercarnos a chauvinismos, y sí a un nacionalismo con una alta carga de responsabilidad social en base a los principios de soberanía e identidad.
Los motivos para que esto suceda son muchos, y de diversa naturaleza, que van desde la geografía con todas su variables, hasta la acción política individual y de grupo activada en el seno de nuestra sociedad. Y considero que este último factor señalado, es el que más ha pesado en esta especie de indefinición, que se trasluce en una apatía sobre la necesidad inmediata de construirnos como un país íntegramente democrático sobre pilares identitarios definidos.
No basta con el diagnóstico de que tenemos una democracia frágil, tenemos que profundizar en las causas del diagnóstico, y hay razones suficientes que hacen ver a la inactividad política de las mayorías; a ese fantasma que es la banalidad de una sociedad preocupada por la forma y no por el fondo de su naturaleza; lo que al final determina la ausencia de la crítica sobre la realidad, y se convierte en la mayor conspiración contra el interés común de un país profundamente consolidado.
En el proceso político actual, que está claramente definido por un antes y un después marcado por la institucionalización de una propuesta progresista en relación con un pasado abiertamente estancado en regímenes eminentemente oligárquicos, es verdad que se han dado pasos en dirección a dar vida al sentido de pertenencia nacional, y regional, como parte de una Latinoamérica unida en historia y futuro, y se intenta elevar una conciencia de pertenencia cultural necesaria para democratizar los espacios de intercambio; pero tenemos que insistir en que estos esfuerzos adolecen de participación verdaderamente popular, de movilización da las masas, de construcción colectiva, y más bien se manifiestan como espacios y prácticas institucionales que no rebasan la oficialidad para aterrizar en el terreno comunitario, al que debería llegar para reproducirse.
Cuando la mayoría tengamos claro que es necesaria la participación en los asuntos públicos, una participación en construcción, una participación en crítica, en debate, en trabajo, sólo entonces formaremos, como nuestros mayores milenarios del barro, de la tierra y del agua, la Patria de todas y todos con democracia e identidad, y dejaremos de ser una simple línea imaginaria para convertirnos en una fuerza importante en la unidad latinoamericana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario