martes, 27 de abril de 2010

La utopía de lo público en una democracia deformada


Las expectativas siguen siendo las mejores, como si nuevos vientos que traen justicia se avecinaran, el hecho mismo de haber puesto en la mesa el debate sobre la posibilidad, fue reconfortante para una sociedad que desde ya muchas décadas atrás reclamaba la democratización de los espacios sociales, de las instituciones, que en la arremetida neoliberal, fueron saqueadas, o en otros casos premeditadamente quebradas para ser entregadas a la empresa privada. Pues se llegó a considerar la irrefutable supremacía del mercado sobre otras formas de organizar la sociedad; y en ese juego, en ese engaño, nos embarcaron a todos, mientras se feriaban lo poco que quedaba del Estado.
Las mismas condiciones creadas por los apologistas del mercado, llegaron a tal extremo que se produjeron las crisis conocidas por todos, mientras puertas adentro los niveles de desigualdad eran la cara más visible de las políticas aplicadas. Frente a esto los gobiernos y la clase política en el poder, trataron de demostrar que a pesar de todo el camino escogido era el único, pues si tratábamos de oponer alguna otra alternativa quedábamos fuera de la "dinámica" mundial, lo que, según ellos, era bajarnos del tren de la historia.
Y a la tan mentada política implantada se la llamaba "la necesaria reducción del tamaño del Estado" bajo este "slogan" se dedicaron a desmantelar al Estado, para en su lugar entregar todas las atribuciones, obligaciones del Estado, al sector privado. Tan poco imaginativos resultaron, que todas las demás medidas, políticas, estrategias...terminaban apuntando solamente a este objetivo.
Los resultados los vivimos todos. En resumen la crisis fue puesta sobre los hombros de los trabajadores; la salud, educación, y demás servicios públicos colapsaron; la brecha social creció, dejando como saldo el incremento de descomposición y violencia social. Pero dirán que esta visión es demás pesimista, pues lo es, desde la orilla de las víctimas; y desde la orilla de los del poder, resultó un gran negocio la crisis y el desmantelamiento del Estado para sus intereses privados.
El tiempo y la oposición popular darían al traste con estas medidas, el enfrentamiento directo contra las posiciones burguesas representadas por la derecha y una socialdemocracia que intentaba aplicar la misma dosis, barnizada con discursos de justicia social, resultó la plataforma desde la cual se pusieron y propusieron medidas que devuelvan la racionalidad a la organización social; de esta forma, los pueblos del Ecuador, y otros de América Latina, optaron, vía electoral, por candidatos contrarios al modelo implantado por décadas; poniendo las esperanzas en que se desarrolle un modelo que mande al suelo las estructuras levantadas en décadas de abuso de poder.
Lo primero que se propusieron estos gobiernos progresistas, (en relación con el pasado inmediato) fue devolver al Estado las atribuciones propias de su papel regulador en la economía; hacer que reasuma sus obligaciones en el área social, esto básicamente; y como un avance revolucionario forjar espacios públicos donde anteriormente se consideraba exclusividad del sector privado.
En esta iniciativa se inscribe la propuesta de desarrollar los medios de comunicación públicos, una novedad para nuestra débil democracia, que fue recibida con agrado por amplios sectores sociales, que ya identificaban esta necesidad como parte de una profundización de la democracia.
Se han dado pasos importantes para la concreción de este objetivo, se ha dotado de infraestructura y equipos para el funcionamiento de una TV, una Radio, y un diario público; y en el proceso se ha desnudado las contradicciones, la inexperiencia propia sobre el terreno desconocido; la novedad que resulta el terreno para la equivocación. Todas estas situaciones se pueden argumentar para justificar, en el poco tiempo que vienen produciendo los medios públicos, sobre los resultados obtenidos hasta ahora.
Lo que si se puede afirmar con certeza, es que estos medios públicos en proceso de consolidación, tienen el deber de multiplicar las voces y las posiciones de una sociedad diversa, pero al mismo tiempo ser la voz de quienes históricamente han sido relegados de los espacios de deliberación sobre los asuntos que competen a toda una sociedad. Solo entonces lo público, como el ejercicio amplio de participación, dejará de ser una utopía en una democracia deformada, para convertirse en una realidad en una democracia consolidada.


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