sábado, 3 de abril de 2010

Soy pequeño burgués...y escupo contra mi clase

Estoy en abstinencia alcohólica haces tres años y diez meses, y opté por ella una vez que consumí la mitad de mi vida entre días, noches, madrugadas de consumo infrenable de ese falso elixir que vende la falacia de escapar de la sucia realidad, que creamos y recreamos, en medio de la mentira que intenta brillar entre la podredumbre de la sociedad de consumo.
Hoy vivo en abstinencia, y el poco sano juicio que he podido desarrollar al mirar la realidad sin la cortina falsa de los sentidos alterados por la droga, ha revelado mi condición vergonzosa de ser parte de una clase social que vive de espadas a los graves problemas que agobian a millones de seres humanos, víctimas de una carrera sin partida, en la que domina la ambición, la vanidad, el desprecio por la justicia, el queminportismo, la caridad como escape del peso de la culpa por la complicidad de ser parte de una realidad que golpea.
Desde antes de tomar la decisión sobre mi adicción, milité en movimientos revolucionarios, pero mi calidad mediocre nunca permitió entregar toda mi acción y conciencia a la causa de la revolución popular ecuatoriana. Una vez enfrentado a mi mediocre situación, decidí que el mejor camino para desarrollar la actividad revolucionaria, era y es, mantener mi nueva condición, condición que me permite actuar mejor dentro de las actividades que desarrollo en dirección a ser parte del cambio radical de nuestra sociedad.
Este testimonio personal para dar sentido al sentimiento que hace parte de pertenecer a una clase social extremadamente contrarevolucionaria, de una clase social dominada por un ciego arribismo que determina que muchos abracen la causa ajena de la burguesía en la construcción de las realidades políticas y sociales; una clase social que sirve de trampolín a nuevas irracionalidades que se multiplican a millón, y que determinan las deformaciones sociales, esas que naturalizan la explotación, marginación, y desprecio por la pobreza, que resulta incómoda para el óptimo mundo pequeño burgués.
Y las ciudades, sus centros de comercio y comida, sus almacenes de moda, son los espacios donde mis colegas de clase se sienten como peces en el agua, donde parecen que respiran (contradictorio) plácidamente, donde sienten que el mundo es un espacio de colores virtuales donde está asegurada su inseguridad personal, social, de clase.
No es como pensarán quienes lean este artículo, una catarsis, es simplemente la denuncia contra la realidad de la vida entre la ciudad, es la denuncia y el dolor de saber que el ejército contra el que hay que pelear se multiplica en las conciencias, en las escuelas, colegios, universidades de nuestra patria; es la preocupación por ver millones de vidas sumergidas en la ignorancia que vende el capital como felicidad, es la bendita necedad que me hace revelarme contra mi mismo.
Soy pequeño burgués, doy testimonio; y por saberlo y reconocerlo puedo desnudar la condición de clase, esa condición que permite que muchos puedan dormir tranquilamente mientras por su ineptitud humana los sonidos del golpe de la conciencia no despierta la fantasía mentirosa que vende el capitalismo; soy pequeño burgués lo admito, y por eso mismo puedo dar testimonio del dolor oculto que hace parte de una vida sin color de lucha, sin sabor de vida.

Sin intención de renegar de mi condición, dejo sentada la opción que tome hace mucho de apartarme de ese mundo sin color, sin sabor; mis años de infancia y juventud están llenos de recuerdos junto a los pobres, a los marginados, a los alcohólicos de la calle, a los campesinos que me enseñaron la sonrisa verdadera, a los indígenas que mostraron que el misterio hace parte de la belleza y de la verdad, a los de la esquina que me señalaron las palabras crudas que tienen sabiduría; gracias a todos y al ejemplo de mis padres trabajadores asalariados, que pusieron la semilla de justicia, respeto por el trabajo y solidaridad humana. Por todos ellos, y por los pobres de la tierra escupo contra mi clase.







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