La historia de la mayoría de países de América Latina, está escrita sobre la violencia ejercida por el poder colonial, más tarde por el poder republicano que estuvo en manos de las clases representantes de los terratenientes, que en contubernio con la Iglesia, aplastaron las causas más caras de la lucha por la independencia.
Lo que siguió después fueron décadas de gobiernos, unos militaristas, otros basados en la plutocracia, otros más, oligárquicos, populismos; en resumen el poder en manos de los contrarios a los principios democráticos, enemigos de la justicia social y de los derechos colectivos. Gobiernos que fueron los pilares sobre los que se levantaron las realidades sociales de explotación, racismo, marginalidad y violación sistemática de los derechos de los pueblos del campo y la ciudad.
En estas condiciones, los herederos de la lucha por la verdadera construcción de realidades en justicia social, no dejaron de marcar el camino de luchas y resistencia contra los asaltantes del poder cobijados por estratagemas de la que se han valido para consolidar un poder corrupto que ha llevado a millones de latinoamericanos a vivir en un constante estado de violencia, aplicada contra sus derechos naturales; y estas luchas libradas en todas circunstancias, y usando todos los medios, han consolidado a varios movimientos revolucionarios, a varias organizaciones representantes de los trabajadores, campesinos, obreros, indígenas, jóvenes, hombres y mujeres comprometidos con la empresa de construir la verdadera y definitiva independencia.
Esa es la verdadera historia de nuestros pueblos, esa es la ruta que ha marcado todo el tiempo el derrotero de América Latina; el enfrentamiento entre los sectores que han mantenido y mantienen la irracionalidad de un modelo fundado en falsos principios democráticos, que reproduce lacras sociales, realidades funestas contra los derechos colectivos, virtualidades llamadas elecciones libres; mentiras construidas que se venden y regalan a las masas, llamadas medios de comunicación; antros de robo y corrupción que llevan el título de instituciones públicas; escuadrones de violencia y muerte, conocidos como policía; ejércitos mercenarios, sirvientes del imperio y de los grupos económicos nacionales que se encargan de proteger y cuidar esta podrida y putrefacta realidad en la que se debaten los pueblos hermanos.
En estas condiciones intentan que celebremos el Bicentenario de un independencia traicionada, en estas condiciones proponen burdas parafernalias; festejos en los que se repiten derroches de recursos entre grupos burgueses, seudos intelectuales, falsos representantes de las causas de nuestros pueblos, que reunidos en teatros, museos, ministerios, en cenas y cocteles, se ríen de los pobres, de los verdaderamente protagonistas de las luchas libertarias, mientras hacen la venia al imperio y a su modelo, de cual sueñan ser parte algún día, pisando y con violencia sobre los pobres de nuestras patrias.
En definitiva, no se justifica la celebración o festejos del Bicentenario. Los únicos que tienen el derecho de celebrar son los herederos de quienes derramaron su sangre en las jornadas de liberación, y lo celebran con el compromiso en firme de derrotar a las burguesías nacionales y al imperialismo que mantienen a América Latina en el fango del neocolonialismo.
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