La herencia colonial pesa de manera determinante en las relaciones sociales, y con fuerza en la construcción y desarrollo de las prácticas culturales. Esta influencia se manifiesta de manera negativa frente a la urgencia de consolidar, o mejor dicho, de poner los cimientos de la tan mentada interculturalidad. Parece ser que el objetivo a lograr de que las diferentes culturas y grupos sociales diversos, dejen de darse la espalda, y enfilen hacia el mutuo reconocimiento y respeto en un ambiente de lucha solidaria por el bien común, no pasa de ser una de las tantas buenas intenciones de las que están repletas las democracias representativas; intenciones que hacen de cortina para ocultar la naturaleza verdadera de las democracias burguesas, que desde ningún punto de vista y bajo ninguna condición y circunstancia dejarán que la unidad de los pueblos se de, pues constituye una amenaza contra el sistema explotador que sustentan y que los sustenta.
La mejor estrategia que utilizan es mantener un racismo que se manifiesta en el falso supuesto de supremacía de lo blanco-mestizo sobre lo campesino-indígena; la idea de una civilidad superior de la ciudad frente a lo rural; el mito vendido desde la época de la conquista y la colonia que se sustenta en la idea que una "cultura superior" va al rescate de una "inferior"; esa idea todavía hace parte de esta realidad puesta de cabeza.
Esto es lo que se ha puesto de manifiesto en la últimas jornadas de protesta protagonizadas por el movimiento indígena-campesino, frente a las cuales los sectores habitantes de las ciudades han tomado una actitud entre los límites de la indiferencia y el fastidio; entre la ignorancia y el racismo, aupados por los medios de comunicación que construyen mensajes sesgados que hacen ver una protesta sin sentido que no hace más que perturbar el "normal desarrollo de las actividades", o simplemente ponen frente al público testimonios de los "afectados" por el cierre de vías que no hacen más que reclamar su derecho a trabajar si interrupción. Más grave aún ha sido ver declaraciones de habitantes de la capital diciendo "que ya no soportan más que los indios se tomen Quito, llenándolo de desorden y basura; que qué derecho tienen estos indios de venir a perturbar la "paz" de la ciudad capital; que si quieren protestar que lo hagan en sus comunidades, pero que acá no vengan a molestar"
Pero algo de razón existe en estas posturas, quiero decir...hay motivos para que estas estupideces sean en masa y públicas; y la razón es que para nosotros los habitantes de la ciudad"los civilizados" los "adelantados" los "educados", el problema del agua no es un problema; nosotros los "superiores" de la ciudad no entendemos la importancia, lo que significa para la vida la defensa del agua; pues nos basta con abrir la llave y disponemos de ella; mientras los hermanos campesinos con su sabiduría y respeto milenarios por la naturaleza, por el agua, tienen el profundo conocimiento de su importancia; y aún más, su lucha por poder contar con sistemas de agua potable ha sido de muchas décadas.
Ahora su resistencia y lucha es por el agua, como lo fue, y es por la tierra; algo que los de la ciudad con nuestra miope visión no podemos entender; la amenaza ahora esta relacionada con la luz verde que el gobierno ha dado a la explotación minera, misma que necesita cantidades inmensas del líquido vital para sus procesos de explotación, lo que hace que las fuentes de agua, los humedales, los páramos estén en peligro de ser devorados por la ambición extractivista.
Justa es entonces la lucha, el gobierno debe entender y escuchar la voz de los pueblos que conocen verdaderamente la importancia vital de los recursos naturales, que para los citadinos no dejan de ser uno más de nuestros bienes suntuarios, en la carrera loca y ciega contra los derechos de los pueblos explotados liderada por los enemigos de la justicia y la vida.
2 comentarios:
Buenos días,
No sé si podría escribir su correo para poderme poner en contacto con usted.
Gracias
Jesús
allka35@hotmail.com
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