La exaltación por festejar cualquier acontecimiento que merezca el desborde de fiesta, bebida y comida, es connatural a la naturaleza humana. Siglos de historia demuestran y determinan esa parte festiva de los grupos humanos. La fiesta se transforma en el rito humano que celebra el misterio existencial.
Con el desarrollo y las formas que va adquiriendo el sistema sustentado en el capital, la fiesta deviene en vaciada de su parte espiritual, mágica, para convertirse en un espacio en el que el desconcierto frente a la realidad se expresa en un vacío que explota el consumo como vía de escape.
Es vieja la discusión de si se deberían festejar las fundaciones de ciudades realizadas por el poder colonial español. Por un lado los conciliadores que señalan la necesidad de fortalecer el mestizaje como elemento cultural identitario, en base a aceptar sin resistencia de argumentos las ventajas del proceso colonizador europeo.
En la otra orilla están los que ven en el proceso colonialista como el determinante de las condiciones de subdesarrollo de América Latina, de este modo se resalta el genocidio contra las poblaciones originarias de América como la concreción del saqueo de los pueblos y culturas amerindias.
Para los defensores de la segunda tesis es menos que aberrante que se celebren las fundaciones españolas en territorio de América, y la razón parece asistirles por que los hechos históricos y las condiciones actuales de los herederos de las culturas precolombinas, han sido y son las más parecidas a un sistema de esclavitud de la edad media. Despojados de la tierras, después de sus valores, y en la modernidad condenados a entregar sus espacios de vida, espacios naturaleza pura que sostiene la vida de todos los seres vivos de este planeta, por la necia política extractivista capitalista.
No es necesario, hurgar demasiado en los hechos para saber a quien asiste la razón, basta recorrer las ciudades, los espacios urbanos destinados a los expulsados del sistema, los pueblos rurales para entender la dimensión del precio colonial. El precio ha pagar es de vida o muerte para los pueblos, el modelo parece destinarlos a desaparecer, la modernidad cumple el papel inquisidor que condena en base a sus propios códices, inquisidor que da tiempo a sus víctimas para que mueran primero los sustratos de su cultura, para luego lanzar una estocada final en la que nuevamente la codicia por los recursos naturales es la "razón" para mantener el andamiaje neocolonial.
Es sobre la sangre indígena que se celebran las fundaciones españolas. La vacía fiesta se llena de olvido y se pisotea la razón histórica de la resistencia de los pueblos, que bregan por el camino construyendo sociedades con memoria y razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario