domingo, 14 de julio de 2013

Somos! ¡Seremos! ¡Soy!

Con el título de este artículo termina uno de los poemas más profundos de la literatura ecuatoriana brotado de las manos del poeta César Dávila Andrade, Boletin y Elegía de las mitas. Es el grito final de los protagonistas de la história hecha poesía, de la história de millones de seres humanos, para quienes la colonización significó la simple muerte potencialmente fatídica a manos de un poder conducido por los afanes materiales en los límites de la locura humana deshumanizante.
Dávila Andrade deja en sus letras materializadas para la historia  las voces desgarradas, los gritos que desde la oscuridad del tiempo pasado parecen hasta ahora ser sordos para los oídos de los contemporáneos, pues la misma parsimonia del doctrinero testigo del crimen, es la actitud de una sociedad que aún cimienta su ontología en un mestizaje que muy dentro de su conciencia tira para la blaquitud. 
Sociedad hiperinformática, hiperatrofiada, sociedad que oculta sus desvaríos en el silencio cómplice que alimenta el mito de la democracia, sociedad que da la espalda a siglos de verdad, sociedad que camina hacia atrás engañosamente como si lo hiciera hacia adelante. Al final el avance de la "democracia" ha sido el retroceso para muchos pueblos que han tenido que hacer con su muerte el camino del llamado progreso.
Entrar en el poema de Dávila Andrade es envolverse de una melancolía que raya en la rebeldía, las lágrimas como motores de una violencia descargada después de resistir siglos de dolor provocado en nombre de dios, y ahí dios es el mayor verdugo de mujeres y hombres ajenos a la proclama universal de su verdad, y el oro puesto a sus pies, por medio del rey, es materialmente el milagro sangrante del despojo.
Relectura de este poema obligada, después de conversar con los más cercanos herederos  de este despojo, los pueblos indígenas. Hombres y mujeres que dejan ver en sus miradas los siglos escondidos por la historia escrita a sus espaldas, en sus voces la historia de rebeldía que se reproduce día a día en medio de la voragine de la modernidad que los acosa, como desde los siglos hambrientos de oro, la misma sed del poder del capital que hoy con silencio cómplice de la mayória destierra nuevamente sus vidas a los confines de la pobreza material, parecería como un despojo crónico, mientras los Estados que enarbolan la democracia han hecho de estos pueblos y naciones indígenas sus nuevos símbolos de diversidad como una teatralidad fatal de un destino dictado por el capital.
Al final la alegría rebelde cierra este círculo parte de la história, pues como el poeta escribió, siempre está sucediendo el regreso de los despojados en una aurora desconocida y menos aún entendida por los herederos de los colonizadores.

Regresó desde los cerros, donde moríamos

a la luz del frío.

Desde los ríos, donde moríamos en cuadrillas.

Desde las minas, donde moríamos en rosarios.
Desde la Muerte, donde moríamos en grano.
Regreso

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